martes, 20 de abril de 2010

Señales de Tiempo

De repente toda la ciudad se quedo a oscuras y un potente haz de luz la atravesó por completo.
Julia se perdía en la oscuridad, no lograba divisar a tres metros de distancia, pensó que lo mejor seria quedarse refugiada en algún portal y esperar que todo volviera a la normalidad.
Una voz la sorprendió a su espalda - pase usted, va a empezar a llover y en estas fechas las tormentas son grandes y fatídicas, aquí tendrá un buen refugio.
Dudosa titubeó antes de dar el primer paso y adentrarse dentro del misterio de una casa que no conocía.
-Me quedaré en la puerta si no le importa -le dijo al ver que grandes gotas de lluvia amenazaban con empaparla entera.

Pegada en el postigo, las ventanas le devolvían el ruido insistente de unas gotas colmadas de fuerza y de ventisca incontrolada. Intentó relajarse, es lo normal se dijo, y este señor demuestra tener algo de altruismo en estas circunstancias.

Las velas que alumbraban la estancia eran trémulas, alargando las infinitas sombras que habitaban la casa.

El dueño de la casa se le acercó con un candelabro antiguo, tengo la mesa dispuesta, no es casualidad que esta noche hayas llegado hasta aquí.
Aquellas palabras la asustaron y entonces sintió el miedo pegado entre la ropa y la piel, y como un estremecimiento la dejaba helada, pero se dejo guiar hasta la sala iluminada por decenas de velas de tamaños y colores variados.

Un mantel de color verde conjugaba perfectamente con las hileras de libros en colores diversos, miró a su alrededor, las obras escritas lo ocupaban todo, centenares de ellas formando enormes estalagmitas como rascacielos de letras y siglos, de los más variados autores. Los muebles estaban rebosantes, más y más libros en cada ángulo.

Pensó en lo afortunado que era aquel anciano personaje, de barba blanca y mirada oblicua que dejaba pasar a través de los cristales de sus gafas cuadradas, por tener semejantes torres en tapa dura y deseo mirar los títulos que atesoraban el enigmático inmueble.

Pero la noche se abría nuevamente, y llego la luz. No supo cuando ni como se encontró de nuevo en la calle. Había parado de llover, y se dirigió a su casa.

A los pocos meses salió en busca de aquella casa, pero no la pudo encontrar, un cartel en una esquina le hizo leer el rótulo “Apertura de biblioteca”.
Fue a los 2 años que pudo entrar. Un busto en la entrada le recordó al amable señor que la acogió en su casa. Sintió un extraño escalofrió y se le nublaron los ojos de lágrimas, hacia tres meses que el catedrático de filosofía había muerto a los 103 años de edad.

Y como señales de tiempo, fue recorriendo cada palmo de escritura que la encontró aquella noche.

Siempre te estaré agradecida

lyria

1 comentario:

  1. sosa, una historia bien llevada donde las imágenes lo son todo...
    un beso me alegro mucho de poder leerte.
    P.D. desde mi ventana veo Tabarca, todo vuelve a su principio...

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